Dicen que el mar lo cura todo.
Sentía como la marea me arrastraba hacia un remolino turquesa, mientras mi corazón se llenaba de arena.
Me relajaba el sonido de las olas cuando rompían en la orilla.
Es muy agradable recibir vitaminas del sol mientras tus pies se hunden en la arena, pero no puedo quedarme quieta mucho tiempo y esperar a dorarme. Me agobio y me quema Lorenzo.
Los paseos por la playa con ese agua gélida me ha descongestionado los pies. Ahora además de estar muy fríos, están liberados. El roce de la espuma de las olas en mis piernas ha sido tierno.
Me voy a llevar un suspiro de Somo y unas conchitas que encontré ayer en mi paseo, en esa tarde gris oscura y fresca. Cogí aquellas que estaban rotas, las que probablemente no quiere coger nadie porque no son tan bonitas y perfectas. Esas conchas son un trozo de lo que fueron un día, pero guardan el poder del mar. Si sabes observar y escuchar.
Quizá con el poder mágico del mar reconstruyo mi ser. Me vuelvo fuerte como las rocas. Y con la sal curativa de sus aguas curo las heridas y me mantengo a flote ante los cambios de corriente.
Sentada en la terraza de la habitación dibujo olas rebeldes, me acompañan unos pájaros cantantes de ópera y unos geranios de color rojo carmesí. No encuentro la paz completa, sigo con tensión entre mis venas. Pero me dejo llevar por el trazo de un lápiz, sin pensar.
Contra viento y marea.
Lunarcita tiene un lunar